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Otro de los proyectos que se nos comisionó en 2020, durante el aislamiento por la pandemia de COVID-19,, fue el diseño de los carteles para el programa público de otoño 2020–primavera 2021 de Harvard GSD — el cual por razones ya conocidas cambiaría su formato a eventos en línea, no presenciales—.
En un proceso de diálogo y construcción colectiva, nos preguntamos cuáles fueron las cuestiones que nos planteaba ese aislamiento, preguntas tanto filosóficas como epistemológicas sobre cómo habitar este planeta y cuál es el sentido del uso del espacio. La transición a las nuevas prácticas nos enseñó la fenomenología de la vida marcada por el paso del tiempo. En ese entonces, los días parecían perder su sincronía y había menos desplazamientos, por lo tanto, menos actividades y con ello la suspensión del calendario ordinario, que influye en las relaciones que tenemos de espacio y tiempo. Durante ese periodo creamos experiencias subjetivas del tiempo, y no siempre se relacionaba con lo que veíamos en el reloj o en el calendario.
Renunciamos a las convenciones del “deber ser” [1] como el planteamiento para constituir nuestro concepto y restablecer el nuevo comportamiento con el espacio: cómo moverse en relación con el espacio, con los demás y, sobre todo, cómo entender el tiempo. No hay vuelta atrás, no volvemos al mismo sitio como las agujas del reloj, pero el total del tiempo personal siempre se precipita hacia un final. El día es un ciclo natural y se entrelaza con el año como un periodo natural. Bajo estos ciclos podemos guiarnos, a un día le sigue otro, y es un retorno renovado al sol que cambia ligeramente su posición a lo largo del año.
Nuestra propuesta hace experimentar el tiempo en cuatro dimensiones: tiempo interno, externo, retrospectivo y prospectivo. A diferencia de la mayoría de los métodos de medición del tiempo, el reloj de arena representa concretamente el tiempo presente como algo que existe entre el pasado y el futuro, lo que lo ha convertido en un símbolo perdurable del propio tiempo. El reloj de arena, metafóricamente, se representa a menudo como un símbolo de que la existencia humana es efímera.
La arena revela una cualidad de la naturaleza, habla de la entropía, el fenómeno de la no reversibilidad de los acontecimientos. La propia caída de la arena revela la entropía como ley natural de dispersión de la energía y la tendencia a la pérdida de organización de los sistemas físicos.
Nos olvidamos de la cuadrícula (utilizada en el póster anterior, de primavera 2020) para representar el tiempo y utilizamos el lenguaje [2] y los símbolos [3] para descubrirnos a nosotros mismos, como una confirmación a la resiliencia: la capacidad del ser humano de encontrar un sentido en el sinsentido. Utilizamos degradados que se relacionan con el flujo del día, bajo la premisa de entender el tiempo en relación con los sistemas de cálculo de la luz natural.
[1] Es todo lo que es “ideal”, es la serie de normas, escritas o no; la norma es la categoría fundamental de este mundo lógico; pero este “deber ser” no tiene en principio ningún sentido de necesidad ética: no es nada que deba ser porque se considera bueno, justo o conveniente, sino que el “deber ser”, indica una forma de imputación de actos de conducta.
[2] Conceptualmente proponemos un relato polifónico, liberándonos de la inmediatez informativa para dar paso a lo personal y subjetivo.
La música no está en las notas sino en el silencio que hay entre ellas.
–Wolfgang Amadeus Mozart
[3] Creamos experiencias subjetivas del tiempo, y eso no siempre se corresponde con lo que vemos en el reloj o el calendario.